18 de julio de 2007

De locos y cuerdos


Un día de estos se cumplió un año de la muerte de Syd Barrett y como este blog empieza a parecer el santoral de los apóstatas me he decidido a utilizarlo como excusa para un post.

Que el rock’n’roll es una fuente de gregarismo no se le escapa a nadie de más de 20 años, que pese a ello todos llegamos a sentirnos en la adolescencia completamente independientes y al margen del resto de la sociedad afiliándonos musicalmente a uno u otro bando, tampoco. La lista de partidos revolucionarios del rock’n’roll debe rayar ya en lo infinito, y la verdad es que a mí se me escapa. Me quedé con los rockers y los mods, y los hippies y los punks, y los heavies y los technos, y hasta llegué a convivir con los new wave y los new romantics, y los siniestros, y yo que sé cuantos más.

Curiosa es también la cantidad de títulos que sus líderes ostentaron. Tuvimos reinas, reyes, princesas, príncipes, duques (¿duquesas?), jefes (¿jefas?), dioses, diosas, Jesucristos, (¿Magdalenas?). Lo interesante, sin embargo, es que pese a que jerarquía no falta por ninguna parte como en cualquier institución que se precie, es una jerarquía aleatoria (contradictorio pero cierto) pues curiosamente no se pisan unos a otros, y hay quien defiende que el duque es mejor que el rey o discute si Jesucristo era más marchoso que el jefe. Es más, hasta hay más de un rey, más de un duque, como mínimo un par de Jesucristos, y decenas de dioses.

En el Orden Asesino comentaba nuestra incapacidad por vivir sin ordenar cuanto nos rodea, pues el conocimiento (ese extraño ingrediente que supuestamente nos diferencia del resto del reino animal) se basa en la diferenciación y limitación de cuanto nos rodea. Y ni el anarquista ni el relativista más pintado pueden escapar al instinto clasificatorio.

Y ¿a qué venía todo esto? A que esta mañana escuchaba en el coche Shine on you Crazy Diamond y me acordaba de que el verano pasado había muerto Syd Barrett, y pensaba en la locura y la cordura, y en cómo se rozan. Y pensaba que si le había dedicado un artículo a Dylan por su cumpleaños, qué menos que recordar a Syd Barrett que ya no iba a cumplir más.

Nunca supimos si su locura era genial por si sola o porque sus colegas de Pink Floyd la explotaron a base de bien en tantas canciones maravillosas. Lo que él hizo es bueno, pero lo que hicieron ellos fue mejor, probablemente porque él nunca se fue del todo, y era su lúcida locura la que planeaba dulce y furiosamente en el trasfondo de todos los temas.

La diferencia entre el tonto y el loco es la lucidez. El tonto tiene mermada la capacidad cognoscitiva, el loco la tiene aumentada pero distorsionada. La lucidez de la locura es riquísima y la base de muchísimos de los mejores logros culturales de nuestra especie. Y a mí la música de Pink Floyd me parece realmente uno de los mejores logros de nuestra cultura. Por ello propongo que desde esta extraña institución semi anarquista, relativista y aleatoriamente jerárquica que es el rock’n’roll, declaremos a Syd Barrett San Loco Lúcido, patrón de todos los que por dolor, amor, o cualquier otro motivo, perdieron la cordura y contemplaron fuegos artificiales en sus propias neuronas.

Happy Death Syd.

1 de julio de 2007

Desde la transparencia



Desde la transparencia es difícil escribir. Desde la transparencia es difícil pensar. Desde la transparencia sólo se siente. Los conceptos son demasiado opacos y chocan contra ella. El silencio se impone y el sueño es fácil. Los círculos parecen cerrarse sin necesidad de cuadrarlos. El orden, antes buscado y a la vez denostado, se da de forma fácil y natural, sin imposiciones, con cariño y dulzura. Desde la transparencia uno se da cuenta de que esta sólo puede ser temporal, porque la transparencia no señala hacia dentro sino hacia fuera. La transparencia no conoce de egos, los deshace. Y sin ego sólo queda el otro, y el otro, y el otro, y así hasta llegar muy lejos. Así que uno intenta conservar un poco de esa transparencia muy dentro del alma y desde esa pequeña y a la vez enorme ración de privilegio girarse alrededor y volver hacia el mundo y sus conceptos y sus opacidades y sus costras y pensar cómo demonios vamos a conseguir borrarlas, aunque sólo sea un poco, rayita a rayita.