24 de abril de 2007


La línea recta es atea e inmoral. La línea recta no es una línea creativa, es una línea duplicativa, una línea imitativa.
Friedrich Hundertwasser
Y entonces me recuerdo diciéndome que la felicidad también a veces es así: como una piedra, redonda y blanca, en la que se encierra el gran silencio que acarrean sin descanso todos los ruidos del río.

Miguel Morey. Deseo de ser piel roja.
El insomnio es una cadena
El insomnio es un lazo
El insomnio es un círculo vicioso
Ahora mismo
Dentro de mi cabeza
Dentro de los huesos
Gira mi cuello
Se mueve el cartílago
Me gusta el ruido de mis huesos
En medio de esta emergencia
Pienso en ti
Y sólo en ti
En medio de esta sangre insomne
Tus labios rosados
Tus brazos extendidos hacia arriba
No puedo respirar sin ti
Pero este círculo de costillas
Sigue funcionando por su cuenta
Sam Shepard, 1982

23 de abril de 2007

Hay momentos extraños del día en que, con un zarpazo inesperado, con la mera excusa de una suave brisa que acaricia la piel del brazo, o te susurra en la mejilla, o te levanta dulcemente el pelo que cubre la nuca, el pasado se abalanza sobre los sentidos y deviene presente. El estómago sufre un vuelco como si perdiera el equilibrio al ser puesto del revés en una atracción de feria.
Y si ese zarpazo de pasado no tiene reflejo en el futuro, una pena seca te abraza la garganta y el pecho, y los pies, extrañados, parecen querer parar.


Una pena seca es lo que quedó de aquel gramo de desesperación.

(y no hay agua que la cure)
- Espera un segundo- me pediste dulcemente.
- Yo por ti espero segundos, minutos y acueductos - te contesté con una sonrisa encandilada.
- ¿Acueductos? - preguntaste sorprendido.
Y entonces, consciente de estar en estado de gracia, antes incluso de haberlo verbalizado, te sonreí y añadí: - Los acueductos son los puentes del tiempo que llevan de los minutos a las horas y los siglos.
Me asomé al oscuro pozo del conocimiento
y me dio miedo perderme
(era tan oscuro)

Te vi a ti fuera y te miré
Y me dio miedo no llegar a conocerte
sin meterme en el pozo

Y vi que eras otro pozo
Y que había otros y otros

20 de abril de 2007

Acostado en la hierba, pensaba que, desde siempre, vivía encantado con cosas que no entendía. E incluso ahora, incluso en el jardín de este agradable hospital nocturno, todo seguía igual. El gran pájaro negro continuaba volando también ahora, y yo, al igual que la hierba amarga y el bicho redondo, estaba metido en su vientre.
Aunque mi cuerpo se secara como las polillas que se quedan como piedras, no podría escapar del pájaro.
Saqué de mi bolsillo un fragmento de cristal del tamaño aproximado de una uña y limpié la sangre que tenía pegada. Su suave concavidad reflejó el cielo luminoso que empezaba a surgir de la noche. Bajo el cielo se extendía el hospital y, más lejos aún, la calle bordeada de árboles y la ciudad.
El recorte de esta sombra de ciudad reflejada tomaba una curva de una extrema delicadeza –el mismo genero de curva que la del relámpago que me había iluminado, aquella noche que casi mato a Lilly en la pista del reactor, bajo la lluvia- aquel delgado arabesco blanco que me había quemado los ojos por un instante, el tiempo de un relámpago. Como el neblinoso y oleado horizonte del mar, como el blanco brazo de una mujer –la dulzura misma.
Todo el tiempo, desde una eternidad, había estado rodeado por esta curva blanquecina.
El fragmento de cristal, aún manchado de sangre en el borde, bañado por el aire del amanecer, era casi transparente.
Era de un azul inerme, casi transparente, sí.
Me levanté, y mientras me dirigía a mi apartamento, pensé: “Quiero ser como este cristal, para reflejar a mi vez la dulzura de esta curva blanca. Quiero mostrar a los otros su apacible esplendor, reflejado en mí.”
El borde del cielo se empañó de luz, y el fragmento de cristal perdió de pronto su limpidez. A los primeros cantos de los pájaros, nada se reflejaba en el cristal, absolutamente nada.
El ananás que había tirado la víspera seguía allí, junto al álamo, frente a mi apartamento. Su húmedo borde seguía desprendiendo el mismo olor nauseabundo.

Me agaché en la hierba para esperar a los pájaros.
Cuando los pájaros bajen a posarse y la luz y el calor del día lleguen aquí, imagino que mi larga sombra se extenderá por encima de los pájaros grises y el ananás, y lo cubrirá todo.


Ryu Murakami