Hay momentos extraños del día en que, con un zarpazo inesperado, con la mera excusa de una suave brisa que acaricia la piel del brazo, o te susurra en la mejilla, o te levanta dulcemente el pelo que cubre la nuca, el pasado se abalanza sobre los sentidos y deviene presente. El estómago sufre un vuelco como si perdiera el equilibrio al ser puesto del revés en una atracción de feria.
Y si ese zarpazo de pasado no tiene reflejo en el futuro, una pena seca te abraza la garganta y el pecho, y los pies, extrañados, parecen querer parar.
Una pena seca es lo que quedó de aquel gramo de desesperación.
(y no hay agua que la cure)
23 de abril de 2007
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