Vengo de pasar el fin de semana en el pueblo. Se trata de un pueblo pequeño de esa provincia inexistente que es Teruel. El pueblo es pequeño y pocos son sus habitantes: media docena de octogenarios que se reunen cada tarde en un par de bancos de la calle para hablar. Hablar, hablan mogollón, pero decir, lo que se dice, decir, más bien nada. A mí al menos se me escapa. Que si el granizo, que si este vive aquí, que si el otro vive allí, que si antes había vivido aquella que era prima del que vivía más allá, que si el granizo, que si hace frío, que si hace calor, que si el granizo. La experiencia más interesante que he tenido, a parte de darme cuenta de la riqueza del pensamiento y el lenguaje de la población del bajo Aragón, ha sido decidir de qué color quería las baldosas del baño. Del baño de la casa del pueblo del banco de los octogenarios del granizo.
Tengo el cerebro como encogido, como granizado.
Tengo el cerebro como encogido, como granizado.
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