Un mosquito aparece en
nuestra habitación cada invierno, cuando hace ya tiempo que todos sus
congéneres han muerto. Se esconde bien y no hay quien lo pille. Y eso que Marc
es un experto y concienzudo cazador de mosquitos. Hace años, en otra casa, una
mariposa naranja revoloteaba cada primavera entre un árbol y la hamaca que
estaba colgada en el jardín. Siempre recorría el mismo trayecto, a la misma
hora, todos los días y año tras año. Evidentemente su corta vida hacía
imposible que fuera la misma mariposa. De esto se deduce que los descendientes
de algunos insectos se comportan exactamente igual que sus predecesores porque
su comportamiento está completamente determinado por su genética y su libertad
parece muy próxima a la nulidad.
Mientras oía el agudo zumbar
de mosquito, ayer por la noche, y me imaginaba una cadena infinita de
generaciones de insectos repitiendo los mismos pasos una y otra vez, pensaba
que si no la hay todavía, sería interesante hacer una clasificación de seres
vivos según su grado de libertad.
Creemos, de entrada, que
el ser humano sería el colofón, pero mis ensoñaciones nocturnas, a ratos, me
entristecían pensando que, en esa supuesta clasificación, quizás algunos
animales pasarían por delante de algunos humanos.