18 de septiembre de 2007

La muñeca diabólica


O la niña o la madre o las dos. La niña por esa mirada y porque su mami cuenta en su diario que le absorbía todas sus fuerzas. La madre por llevar una chapa con la foto de la niña colgada del cinturón y vestir a conjunto con el peluche rosa de la niña. Las dos por estar relacionadas con el padre de la criatura que es quien ha decidido contratar al mismo abogado que Pinochet (sólo eso ya debería ser delito).


Si no son ellos es una lástima que se les esté acusando desde tantos medios y colas del pan, pero después de montar semejante campaña mediática tienen que asumir las consecuencias. (Y pese a ello ¿quien no usaría todos los medios a su alcance para recuperar a su hija?)

Si no son ellos todos nos sentiremos algo incómodos por no haber podido evitar sospechar de ellos y habernos montado películas increíbles a su costa, incluso de habernos carcajeado con algunos de los detalles.


Si son ellos nos recrearemos con los detalles y pasaremos unos cuantos días (probablemente no más de tres o cuatro, pues en breve nos proporcionarán otra distracción) oyendo aquello de “Yo la lo dije” o “Se venía venir”. Y es que el juego que ha dado esta noticia nos ha unido a nivel planetario más que cualquier política global o atentado desolador. Probablemente el hecho de que la mayoría prefiera que sea la madre la culpable de la muerte y desaparición de la niña se deba a esa extraña necesidad de experimentar cada vez emociones más fuertes.

Pero me parece una pena y lamentable que estemos todos en vilo por una sola niñita perdida cuando hay millones de niños, niñas, padres y adultos sufriendo continuamente muertes injustas y enfermedades curables.


Pese a todo, como hecho real es realmente triste sea cual sea la explicación. Es atroz. Tan atroz que probablemente el inconsciente colectivo ha transformado toda la historia en un thriller para poder enfrentarse a ella con el grado de desapego suficiente para la supervivencia. Y hay que reconocer que como película del verano y del otoño ofrece todos los detalles de un bien estructurado thriller. Sólo queda por ver si esta vez la realidad también supera la ficción. ¿Será la madre? ¿Será el padre? ¿Será un amigo? ¿Un vecino? ¿El cura? O como apuntó alguien el otro día en la cresta de las apuestas: ¿Será Beckam?

6 de septiembre de 2007

A lo que íbamos


Estaba yo ayer buscando música para acompañar un post (este) que tenía rondando por la cabeza cuando saltando de una cosa a otra decidí colgar ese par de videos de ahí abajo y dejar el texto para otro momento.
El post (este) trataba de pasteles cortados y sin cortar, y de trozos a repartir y de tamaños de los trozos. Y trataba del valor de unas vidas y otras y de la depreciación de algunas de ellas.

Dice Bob (el de siempre) que uno puede tener su trozo de pastel y además comérselo. Muchos economistas han escrito sobre la repartición de la riqueza aludiendo a la figura del pastel o a la del queso. Yo empiezo por dudar que la imagen del pastel pueda extrapolarse más allá del salvaje oeste, cuando uno llegaba y se quedaba el trozo de tierra donde hincaba su estandarte.
¿A qué se refieren cuando consideran que hay algo que repartir? ¿Al planeta, a la riqueza material amasada por unos cuantos viciosos de la ambición monetaria, al conjunto de ideas elaboradas por pensadores a lo largo de varios milenios, al número de rubias o morenos por metro cuadrado?
Y es curioso, además, que los que ven el mundo como un pastel sean tan reacios a hacer trozos iguales. Con lo fácil que es coger un cuchillo y trazar una línea recta por la mitad y otra perpendicular y así hasta que hay para todos ( o se rompe por inestable).

En fin, que si esto es un pastel, yo ya me comí mi trozo con sólo haber nacido aquí y además se me está indigestando.

¿Cuantos bonzos más necesitaremos para empezar a darnos cuenta de que hay que seguir dividiendo la tarta?


1 de septiembre de 2007

De futbolistas caídos


De nuevo la muerte en combate de un héroe nacional cubre las portadas de los diarios patrios y no patrios. De nuevo el esperpento del dolor ajeno hecho propio se refleja en colores vivos y lágrimas desbordadas en las páginas principales. Parece que si no te estremeces de pena con ellos eres un hijo de puta, y sin embargo…a mi me da pena por la familia y los amigos, que de tan retratados, que de tan expuestos, es como si les hubiesen quitado parte del dolor. El dolor hecho frivolidad, hecho bandera, hecho negocio, se queda en nada. El dolor se comparte, pero no se prodiga.

Por otra parte tenemos el tema de la grandeza otorgada al deporte. ¿Por qué ocupa más la muerte de Puerta que la de Umbral?

Ahí van dos reflexiones sobre el tema:

“-Señor Brul –dijo Wolf subrayando las palabras-, escuche lo que voy a contestarle. Escúcheme con atención. Sus estudios no son más que una broma. Es lo más fácil del mundo. Desde hace generaciones y generaciones, se intenta hacer creer a la gente que un ingeniero o un sabio son hombres de élite. Pues bien, yo me río; y nadie se lleva a engaño –excepto los que pretenden formar parte de esa élite-: señor Brul, es más difícil aprender a boxear que aprender matemáticas. Si no, habría en las escuelas muchas más clases de boxeo que de aritmética. Es más difícil llegar a ser un buen nadador que escribir correctamente (…) Ahora ya sabe qué opino de sus estudios. De su chochez. De su propaganda. De sus libros. De sus aulas que apestan y de los tontos de la clase que se pasan el día masturbándose. De sus lavabos llenos de mierda y de los alborotadores solapados, de los alumnos de la Escuela Normal, verdosos y gafudos, de los del Politécnico, llenos de presunción, de los de la Central, almibarados de burguesía, de los médicos ladrones y de los jueces deshonestos…qué porquería…yo me quedo con un buen combate de boxeo…también está amañado, pero por lo menos es divertido.

-Es divertido sólo por contraste .dijo el señor Brul-. Si hubiera tantos boxeadores como estudiantes, al que llevarían en triunfo sería al vencedor de las oposiciones.

-Puede ser –dijo Wolf-, pero se ha preferido propagar la cultura intelectual. Tanto mejor para la cultura física…”

(Boris Vian, La hierba roja)



“Y en lo que se refiere a la relación sujeto-objeto, no hay dos cosas más diametralmente contrapuestas que la ciencia y el deporte. Cuanto más prevalece el interés del sujeto por sí mismo, por su propio logro, por su propio mérito, sobre el interés sobre el objeto, tanto más nos acercamos a la que es evidentemente la actitud más propia del deporte, que es el culto a la pura hazaña inmanente, sin objeto, o carente de otro objeto que no sea el reflejo de la hazaña sobre el sujeto mismo, como un trofeo –medalla en su pechera o copa en su anaquel-, como un autocumplimiento, en el que el grito “I dit it!” manifiesta y agota el contenido entero del motivo, sin que el “it”, el qué concreto en que pueda consistir el término del logro (la síntesis de la urea, la última marca de los cien metros lisos, el descubrimiento de las ondas hertzianas o la coronación del Everest) tenga otro valor ni relevancia que los de haber servido de instrumento para ese “I dit it!” o kikirikí autoafirmativo.”

(Rafael Sánchez Ferlosio, Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado)