21 de mayo de 2007

El Orden Asesino 2




Por lo que sabemos, desde que el ser humano es un ser “literario”, un ser que inventa ficciones sobre lo que siente y deja constancia de ello tanto de forma escrita como oral, ha intentado forjarse un mapa de su pasado.
Todas las tradiciones culturales reflejan la necesidad, la voluntad o el intento por parte del hombre de buscarse un origen, de remontarse en el pasado hasta tiempos tan pretéritos que sólo pueden ser habitados por la imaginación de aquel que en ellos se quiere sumergir.


Los diversos intentos de explicación del origen del mundo recogidos por las distintas tradiciones culturales coinciden en la presentación de un inicio cosmogónico protagonizado por la falta de estructuración y orden.
En todos los relatos mitológicos que se conocen sobre el origen del mundo, la cosmogonía (nacimiento del mundo) y la teogonía (nacimiento de los dioses) van de la mano. Unas veces –las más- son los dioses los que crean el mundo, otras veces –las menos- los dioses nacen de la eclosión de algún principio físico primordial. Pero en cualquiera de las dos opciones, se da un enfrentamiento entre fuerzas caóticas percibidas como negativas y fuerzas ordenadoras percibidas como positivas.
El caos primordial que hay que ordenar suele ser un principio indiferenciado, ilimitado, confuso y vertiginoso, normalmente identificado con el agua o la oscuridad. La misión del dios consiste, tanto si ese caos lo ha creado él como si él mismo es fruto de dicho caos, en domesticarlo y darle forma, en limitarlo y hacer que lo confuso y oscuro se torne claro y brillante.
En muy pocos casos el encargado de dar forma al caos es un ser relajado y bondadoso. Los jíbaros ecuatorianos cuentan con Yus, un dios bonachón que apenado por la desnudez de la tierra decide vestirla con selvas y árboles frutales. Incluso el dios del Génesis, pese a lo cruel que luego llegará a ser, crea de forma pausada y pacífica, paseando su aliento por encima de las aguas. Pero lo normal es encontrar energúmenos encolerizados que entablan batallas atroces, descuartizan a sus enemigos –que suelen ser sus padres, hermanos o abuelos- para, a continuación, desperdigarlos por la tierra y crear con sus despojos ríos, montañas y mares. Incluso hay algunos que, literalmente, vomitan su creación (el dios de los boshongo, en el actual Zaire).


Cuando uno se enfrenta a la infinidad de relatos cosmogónicos que conocemos, no puede dejar de maravillarse en dos sentidos: el primero se refiere a lo cerca que están dichos relatos de las teorías actuales sobre el origen del universo (también cabe hacer la lectura en la otra dirección, y ver cuan mitológicas pueden llegar a ser las actuales teorías); y el segundo tiene que ver con cuan antigua es la necesidad humana de imponer orden en todo aquello que le rodea.
Por lo que respecta al primer punto, me parece interesante como cura de humildad para muchos científicos contemporáneos, que ya nuestros más antiguos ancestros situaran el nacimiento de la vida en el medio acuático, y que incluso algunos (como el mito de Pan Ku, en China) postularan nebulosas de materia concentrada que de repente estallan dando lugar al mundo.
Pero el que realmente me interesa, y por el que me he “tragado” todos los relatos mitológicos que han caído en mis manos, es el segundo sentido: el que apunta a la aparentemente innata necesidad del ser humano de otorgarse a sí mismo un origen basado en el caos, para renegar de él acto seguido.

(to be continued…)