6 de septiembre de 2007

A lo que íbamos


Estaba yo ayer buscando música para acompañar un post (este) que tenía rondando por la cabeza cuando saltando de una cosa a otra decidí colgar ese par de videos de ahí abajo y dejar el texto para otro momento.
El post (este) trataba de pasteles cortados y sin cortar, y de trozos a repartir y de tamaños de los trozos. Y trataba del valor de unas vidas y otras y de la depreciación de algunas de ellas.

Dice Bob (el de siempre) que uno puede tener su trozo de pastel y además comérselo. Muchos economistas han escrito sobre la repartición de la riqueza aludiendo a la figura del pastel o a la del queso. Yo empiezo por dudar que la imagen del pastel pueda extrapolarse más allá del salvaje oeste, cuando uno llegaba y se quedaba el trozo de tierra donde hincaba su estandarte.
¿A qué se refieren cuando consideran que hay algo que repartir? ¿Al planeta, a la riqueza material amasada por unos cuantos viciosos de la ambición monetaria, al conjunto de ideas elaboradas por pensadores a lo largo de varios milenios, al número de rubias o morenos por metro cuadrado?
Y es curioso, además, que los que ven el mundo como un pastel sean tan reacios a hacer trozos iguales. Con lo fácil que es coger un cuchillo y trazar una línea recta por la mitad y otra perpendicular y así hasta que hay para todos ( o se rompe por inestable).

En fin, que si esto es un pastel, yo ya me comí mi trozo con sólo haber nacido aquí y además se me está indigestando.

¿Cuantos bonzos más necesitaremos para empezar a darnos cuenta de que hay que seguir dividiendo la tarta?