14 de noviembre de 2008

Inmigrante 20.000 (o de patas y pateras)


Aunque probablemente siempre haya sido así, la inmediatez y rapidez de los medios de comunicación actuales hacen cada vez más patente que el dolor ante la muerte ajena se experimenta con más o menos intensidad dependiendo de la distancia que nos separa tanto en el espacio como en la cultura de la victima. La novedad, la rareza de las circunstancias, la edad y la cantidad son baremos tanto o más importantes. La muerte o es cercana o es multitudinaria o es espelúznate, sino no vale. El dolor producido por la muerte se mide en cifras y podría incluso ser resumido en una ecuación que no diferiría demasiado de la siguiente:

Dolor = nº de muertos/ distancia del suceso x edad de las víctimas x (o elevado a) el resto de los factores.


En la que la distancia podría ser medida de la siguiente manera:


0 si eres tú el que se muere

1 si es un familiar directo con el que convives y al que quieres (las parejas cabronas no cuentan y los hijos maltratadores tampoco)

2 si es un amigo frecuente o un familiar cercano

3 si es un amigo de esos que ves cada dos años

4 si es un familiar o conocido al que no tienes mucho apego (aquí entran la mayoría de compañeros de curro, el conductor del autobús, el quiosquero y la panadera siempre y cuando no sean ni tu padre ni tu amante. En ese caso saltan a las primeras categorías)

5 si es un vecino (y no está incluido en ninguna categoría anterior – ver nota en el punto 4)

6 si es del barrio

7 si es de tu ciudad

8 si es de tu país

9 si es de tu cultura y habla tu mismo idioma

10 si se dedica a lo mismo que tú (corporativismo puro y duro)

11 si vive a más de 3.000 km de distancia

12 si vive en centro o Sudamérica

13 si vive en Asia

14 si vive en África (a estos según en que zona concreta mueren no hace falta ni contabilizarlos)

Etc…..



Y la edad de forma proporcionalmente inversa a los años acumulados. Es decir, a menos edad coeficiente más alto.


De 0 a 10 años = 10

De 10 a 20 años = 8

De 20 a 40 = 7

De 40 a 60 = 6

De 60 a 70 = 5

De 70 a 80 = 4

De 80 a 90 = 2

De 90 a 100 = 1


Ejemplos:

1 bebé muerto/ en tu casa = 1/ 1 x 10= 10 unidades de dolor o melladas (término que acabo de acuñar y me gusta)

1 muerto de 45 años/ en Ecuador = 1/12 x 6 mellada

Y así……..



Todo este largo y extenso preámbulo no es más que un intento por superar la criptitud de la que muy acertadamente se me ha acusado en los últimos tiempos. Y de paso acuño otra palabreja: criptitud. La definiría pero se me hace difícil encontrar los términos y además no puedo superarla tan de golpe. Lo del terror a los tiburones fue más fácil. (Ja, ja ,ja, volví a caer….)


Pero este post no es de risa. Ni mucho menos.



Hace unos días se publicó en varios medios de prensa la foto del primer inmigrante que apareció muerto en una playa española. Amaneció en la playa de Tarifa y no tenía pinta de ir a hacer surf. Fue en 1988. Desde aquel día han aparecido 18.000 más. Y claro, 18.000 muertos en nuestras playas son muchos se mire como se mire. Es una noticia en toda regla, pues aunque a lo largo de veinte años nos hemos ido acostumbrando a que día sí día también vayan apareciendo uno o dos muertos a manos de mar y patera, 18.000 es una cifra importante y, aunque vienen de la lejana y por completo carente de importancia África, mueren aquí mismo y la edad media de los tripulantes suele ser bastante baja ya que a veces hay bebes y mujeres embarazadas entre las víctimas. Vaya, que es una buena mellada.

Pero claro, cuando todo el dolor se reduce a un juego de cifras uno no puede evitar aspirar a los números redondos. 18.000 son muchos, pero 20.000… ¡20.000 son la hostia!

Y el otro día mientras se mezclaban en mi retina la foto del pobre desdichado que se había dejado la vida en el estrecho y la cifra 18.000 en los titulares no pude evitar imaginarme que un día llegaría otro que tampoco lo conseguiría y que sería el inmigrante muerto en el intento de llegar a la costa española número 20.000. Un hito bien triste en el mundo del dolor cifrado. Porque en ese mundo repugnante el muerto 20.000 causa más mellada que el 19.999 o el 20.002.

Y me imaginaba un mundo completamente desbocado en su necesidad de emociones fuertes en el que la figura del héroe muerto es mucho más apreciada que la del desdichado salvado. Y me imaginaba que se organizaba un concurso para recibir al inmigrante muerto por mar y patera número 20.000. Y en mi retina se mezclaban vertiginosamente la foto de 1988 y la cifra que empieza por 18 y los colores difusos pero chillones de un comité de bienvenida con orquestina y charanga vitoreando bajo alegres guirnaldas al número 20.000. Y me preguntaba quién le recibiría y cuál sería su premio y cómo se recibe a un muerto y cómo se le entrega el premio y si habría peleas para llegar y si moriría alguno, aterido de frío, por esperar y no ser el mero y don nadie 19.999. Y la posibilidad de que hubiera patrocinadores entre el sector de la náutica, entre marcas deportivas, bebidas energéticas, gafas de sol, hoteles….




P.D. En el subsuelo de la ciudad condal vive un mendigo que no tiene piernas. Su cuerpo acaba en un par de muñones a la altura de la rótula de los que salen un par de tornillos. A esos tornillos atornilla un par de prótesis rudimentarias cuando quiere caminar. Cuando lo que quiere es pedir las deja a su lado. La verdad es que es bastante impactante, pero lo realmente salvaje es que cuando lo que quiere es dormir las utiliza como almohada. Así de paso se asegura de que no se las roban. No podría correr detrás del ladrón. Yo paso cada día por su lado. Paso y camino y sigo y me extraño de seguir caminando y pasando.