21 de abril de 2009

SLOW


Esta tarde me he cruzado por la calle con un chico que llevaba de paseo a una anciana. Parecía ser su abuela. La llevaba cogida del brazo subiendo la cuesta de Avenida Tibidabo y con la otra mano empujaba una silla de ruedas. Cuando los he rebasado le he oído a él decir: "esto es una silla para inválidos y tú puedes caminar". La verdad es que la pobre abuela no podía con su cuerpo y probablemente tampoco con su alma. La voz del chico-nieto sonaba dulce y al pobre le costaba más esfuerzo empujar a la abuela con una mano y a la silla con otra que sentar a una sobre la otra y empujar con las dos manos, pero debía creer que era su obligación hacer caminar a la abuela para que no se apoltronara en la comodidad de la silla y poco a poco se fuera olvidando de cómo caminar, cómo comer, cómo ir al lavabo, etc.
Me he acordado de mi abuela cuando ya casi no podía caminar y se negaba a salir de casa y de las veces que me he arrepentido de no haberla sentado en una silla de ruedas y haberla sacado a dar largos paseos al lado de la playa bajo el sol.
Y luego he pensado en cómo urgimos a los niños a caminar, y a leer, y a hacerlo todo rápido y en un tiempo record.
La inactividad está mal vista, el filo de la velocidad se impone. Malos tiempos para caracoles y tortugas.