10 de enero de 2008

Sólo sé que ya no sé que no sé nada


¡Qué días aquellos en que la frase “sólo sé que no sé nada” marcaba nuestro espíritu con un trazo profundo de austeridad intelectualoide!

La sentencia señalaba las infinitas puertas que se iban abriendo gracias a nuestro esfuerzo neuronal y al cansancio de nuestros ojos que leían, insaciables, tratados y compendios, dando paso a otra infinidad aún mayor de puertas cerradas que nos mostraba la imposibilidad de que nuestras neuronas fueran capaces algún día de lidiar con todos aquellos conocimientos.

La certeza de la humilde ignorancia era de una preciosidad que rayaba lo sublime. Era la insignia de la sabiduría. Llegar a interiorizar realmente la oración era estar pedantemente a salvo de la pedantería.

Me duele, y a la vez me libera, constatar que ya no puedo afirmarla. Ya no sé lo que sé ni lo que no sé; no tengo claro que haya cosas que quiera saber, ni recuerdo demasiado bien las que supuestamente supe.

La certeza ha desaparecido. Quiero creer que para bien. Se ha llevado una buena dosis de pedantería. Sé algunas cosas y sé que la infinidad de puertas es un mero espejismo de la mente jugando a autoalimentarse en sus momentos de ocio aristocrático.

Las neuronas se relajan. Es la vejez. Los mayores de 70 no deberían gobernar.