15 de octubre de 2008

Paco


Tenía un vecino que tenía un loro que vivía en la terraza. El loro y él. Siempre que me asomaba al balcón para tender la ropa, ahí estaba él. Plantando, regando o abonando las plantas, alimentando al loro, tendiendo ropa también él, canturreando. Siempre giraba la cabeza hacia arriba y sonreía. Siempre mandaba recuerdos para todos. Prácticamente vivía en la terraza. El y su loro. Era alegría en estado puro. Quizás con un punto de nostalgia. Era cubano. Sabía que tenía pareja aunque nunca la vi. Hasta el otro día. Limpiaba la terraza. El loro ya no estaba. A él hace días que no lo veo. ¡Que curioso! La conocí mientras borraba sus huellas.

Las plantas siguen ahí pero ahora, de repente, me parecen de plástico.

Aprendiendo


No se trata de ver reflejado el abismo en los ojos que te miran

Se trata de borrar el abismo



Cada día más escueta