10 de junio de 2007

El Orden Asesino 3


“Lo dado, lo real, no es más que un reparto aleatorio. Continúo o discreto, no lo sé. El reparto está ahí y eso es todo. Y nadie lo ha dado ni nadie lo ha distribuido. Está ahí, como la nube, pasa y no deja de venir.”

Michel Serres. Hèrmes IV. La distribution.


La pregunta sobre el porqué de la postulación de un caos originario para luego proceder a su negación conduce directamente a la pregunta por ese caos, a la pregunta por su esencia.

Se suele entender por “caos” lo que no obedece a orden alguno, lo no pautado, lo ilimitado, lo confuso, lo indiferenciado…una extraña forma de ser que todavía no llega propiamente a poder ser considerado como ente. Pero ¿quién lo ha visto? ¿quién lo ha percibido? ¿quién lo ha experimentado?

Sólo se me ocurren dos respuestas y las dos conducen al mismo punto: los místicos y los visionarios; y de ellos sólo puedo hablar a partir de mis propias experiencias con ácido lisérgico, mescalina o psilocibes, substancias que a veces, muy sabiamente, han sido calificadas como “enteógenas” por su capacidad de meter al dios dentro de quien las toma, y otras veces como “visionarias” por la capacidad que producen en el que las ingiere de “ver” más allá de la realidad cotidiana. La potente alteración de la conciencia que producen lleva a traspasar lo que Aldous Huxley llamó, en su maravilloso ensayo, las “puertas de la percepción”. La realidad concreta y estática se transforma en una especie de fluido indiviso en el que todo aparece conectado y para el que el lenguaje cotidiano carece de vocablos capaces de aprehenderlo.

Si volvemos al origen de los mitos sobre la creación del mundo desde esta perspectiva, podemos fácilmente recurrir al hecho, de sobras constatado, de que todos los pueblos primitivos utilizaron o utilizan un tipo u otro de esas substancias visionarias y que por tanto sabían de qué hablaban cuando postulaban un “caos” anterior a la conciencia. El problema se origina, cuando se extrapola esa experiencia y se empieza a cosificar una teoría sobre ella que ya no tiene una base en la experiencia inmediata, sino en la más burda de las mediaciones, aquella que estafa el saber y lo cambia por lo sabido.

La noción de algo desordenado, confuso e ilimitado le va muy bien a aquel que quiere imponer su propio orden, a aquel que decide el qué, el cómo, el cuándo y el dónde. Postula confusión y venderás salvación, postula inseguridad y venderás disciplina. Una auténtica panacea.

Pero tan importante como negar el orden impuesto por otro (aquel que estafa la soberanía individual), tarea que hace años emprendieron excelentes pensadores que nos descubrieron lo malvado de la noción, es ahora negar la noción que los vendedores de pócimas salvadoras nos han intentado inculcar de caos. No se trata ya de decir que el orden sólo existe en la cabeza del que manda, sino de que el caos también existe sólo ahí. ¿Que hay confusión e incomprensión? Por supuesto. Pero equiparar eso a caos, no es más que una excusa para evitar el pensamiento crítico, ese que no hace concesiones fáciles ni se deja amedrentar por la complejidad en la que nacemos y morimos. Lo que ellos llaman “caos” no es más que la falta de su “orden”.

La incomprensión, y la confusión a que esta lleva, son congénitas al ser humano. Transformarla como por arte de magia barata en caos para poder acallarla a continuación, no es más que un intento de negar la esencia humana. Y llevar esa búsqueda ciega de orden al límite no puede conducir sino a la liquidación del hombre como tal. Es a ese orden al que podemos calificar de asesino.

Y sin embargo, esa realidad anterior a la conceptualización de la conciencia lingüística que se despliega ante nosotros, nos obliga constantemente a escoger, a emparejar y a crear nexos de unión y desunión. Lo interesante y deseable sería que cada cual fuera consciente de las líneas de demarcación de su orden particular, de cuales le son propias y cuales compartidas por los otros miembros de su cultura. Eso nos hace más autónomos y más abiertos a la comprensión de las líneas de otros pueblos.

(continuará)