14 de enero de 2009

Consumo atávico




El otro día, hablando sobre los árboles navideños ecológicos que el ayuntamiento de Barcelona ha colocado estas fiestas por la ciudad y que le han costado un ojo de su cara y uno de la nuestra y que además son feos pero feos feos, Marc acuño un nuevo término “molt ben trobat”: consumo verde. Por consumo verde se entiende todo aquel consumo que bajo el pretexto de ahorrar e intentando huir de la políticamente incorrecta etiqueta de “consumista” gasta tremendas cantidades de dinero en productos que supuestamente a largo plazo harán ahorrar energía o contaminarán menos. Y hace referencia no sólo al impresionante gasto económico que conllevan sino además a la cantidad de energía que se ha utilizado para producirlos.

Pero el consumo verde también se da a pequeña escala y ahí es donde más capacidad de penetración tiene en la sociedad. Cada vez hay más personas que se escudan en lo verde, bio o eco para lanzarse como kamikazes sobre perfumes, turrones, blocs de notas o pintalabios.

La verdad es que yo, si puedo elegir también prefiero comprar productos que sean, como dicen los anglófonos: amistosos con la naturaleza, pero hay que empezar a discernir el “salvemos la naturaleza” del “hagamos negocio vendiendo la naturaleza mientras nos la cargamos por la espalda, a traición y con alevosía”.

Todo esto viene a cuento porque está mañana cuando iba a trabajar me he parado con la moto en un semáforo y me he quedado contemplando el escaparate. Era una juguetería de la parte alta de la ciudad y bastante pija. El escaparate estaba lleno de muñecos que representaban animales imposibles en colores grisáceos y con ropas desgastadas. Eran un simulacro de peluche de pobre. El tipo de peluche que quedaría bien en la mano de una niña huyendo de una guerra. Un peluche envejecido y desvaído. Vamos, lo contrario de una Barbie. Y he pensado en la cantidad de malas conciencias, incluida la mía, lavadas en parte de su culpabilidad consumista al elegir ese tipo de muñeco. Ese intento de creerse que ese muñeco será el muñeco de toda su vida, porque con ese aspecto ya es como si lo hubiera heredado de la abuela que emigró, sufrió y murió en el oeste americano.

Pero en cualquier caso, pese a que todos sabemos que se trata de consumir menos y mejor, la cuestión que me ha llevado a escribir este post ha sido el pensar que realmente estamos genéticamente marcados para el consumo. Es parte de nuestra naturaleza más profunda y no lo podemos evitar por muy hipócritamente que intentemos ocultarlo. Debe tener relación con nuestra época de cazadores-recolectores y nuestra atávica necesidad de hacernos con la propiedad de lo que nos rodea. Me pregunto sino podríamos derivarla hacia otro tipo de recolección que no pasara necesariamente por el gasto del planeta.

Y sigo pensando...

4 comentarios:

Aquellen dijo...

En mi opinión no somos consumidores, sino transformadores del medio circundante. Esto de naturaleza, como los insectos sociales como las hormigas o abejas y avispas que cambian si medio para hacerlo habitable a escala social. El problema es la proporción escalar que usamos.
El método empleado y el impacto posterior. Esto desde la revolución industrial.
A los animales mencionados arriba la naturaleza los controla, desde Pasteur y Flemming que ya no nos controlan tan fácilmente las enfermedades, ni siquiera las guerras.
Pero hay una nueva concepción más inteligente, de un arquitecto inglés y un químico alemán.
From Cradle to Cradle o de la cuna a la cuna.
Saludos.

Fallarás dijo...

Querida, y que salir a gastar dinero es algo que sienta bien y que atempera la ansiedad y que nos libra de creernos justas y buenas y sagradas, y para eso una compra debe ser preferiblemente frívola, ligeramente inútil, asequiblemente bello.
Ay, y qué le voy a hacer.

Àlex Masllorens dijo...

Nos tienes muy abandonad@s, nena!

may borraz dijo...

Volveré con el buen tiempo..........
Pronto, pronto