25 de enero de 2014

De mosquitos y libertades

Un mosquito aparece en nuestra habitación cada invierno, cuando hace ya tiempo que todos sus congéneres han muerto. Se esconde bien y no hay quien lo pille. Y eso que Marc es un experto y concienzudo cazador de mosquitos. Hace años, en otra casa, una mariposa naranja revoloteaba cada primavera entre un árbol y la hamaca que estaba colgada en el jardín. Siempre recorría el mismo trayecto, a la misma hora, todos los días y año tras año. Evidentemente su corta vida hacía imposible que fuera la misma mariposa. De esto se deduce que los descendientes de algunos insectos se comportan exactamente igual que sus predecesores porque su comportamiento está completamente determinado por su genética y su libertad parece muy próxima a la nulidad.
Mientras oía el agudo zumbar de mosquito, ayer por la noche, y me imaginaba una cadena infinita de generaciones de insectos repitiendo los mismos pasos una y otra vez, pensaba que si no la hay todavía, sería interesante hacer una clasificación de seres vivos según su grado de libertad.

Creemos, de entrada, que el ser humano sería el colofón, pero mis ensoñaciones nocturnas, a ratos, me entristecían pensando que, en esa supuesta clasificación, quizás algunos animales pasarían por delante de algunos humanos.

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